miércoles, 19 de enero de 2011


La vida.
Esa estúpida desconocida que me mira por la mañana en la estación de tren.

Parece comprender que tú y yo somos un poco más cada día, que crecemos con cada gesto y con cada palabra. No le importa en absoluto que suframos, que la rutina se nos haga cuesta arriba. ¿Qué más le da el destino, qué le importa nuestra parada? Y repite en silencio que las oportunidades sólo pasan una vez. Súbete o llegas tarde, no hay miramientos.

En silencio, como tú, que dices con los ojos que te tira el viento. Que amar es dejar volar, que todo se regala, excepto la razón. Y tu voz te lleva lejos.

Y luego una lágrima tuya me grita que me seguirás queriendo. Aquí, allí, donde sea. Siempre bajo el mismo cielo.

Que la luna es la misma cada noche, somos nosotros los que vamos más lento. Incapaces de comprender que el mundo no se postra a nuestros pies, y que el amor exige de pena, un precio a pagar por el mayor regalo, la mayor aventura, y a veces, el mayor desaliento.

Foto: Subway Londres

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