domingo, 11 de enero de 2009

Dejarse llevar




Dejarse llevar sería tan fácil...

Es lo que pensaba al mirarte con esos ojos tuyos tan enormes,que me invitaban, incitaban

Lo nuestro transcurrió entre saltos e idas y venidas, días que te quería y otros en los que te odiaba de pura rabia e impotencia por no poder cambiarte, no poder detener tu arrolladora marcha, implacable.
Todo en tu cara me hacía abalanzarme hacia el interminable precipicio de no poder separarme ni un minuto más de ti. Tu cuerpo, tu postura inclinada hacia el mío, tus manos, tus labios frescos, tus ojos...Tus ojos

Todo me arrastraba y no quería, había saboreado la amargura de tu marcha, la inconsolable nostalgia de no saberte, no conocerte, no poder abarcarte. ¿Cómo sentir tuyo algo que marcha con el viento? Ausente solo con el mariposeo de una idea cruzando por el cerebro, pensando en viajar hasta la saciedad, sin pausa, sin tregua. Sin compañero de viaje, al fin y al cabo lo más importante.

Porque con ese verde tan negro en tu mirada te habría seguido a cualquier parte, allá donde tu alma artista te empujara, donde tu curiosidad te guiara.

Pues almas como la tuya sólo pueden volar sin descanso, sin ataduras. Y otras como la mía sólo desean vivir siendo parte de algo; una pieza del puzzle completo, sin huecos ni faltas.



Y qué hacer cuando el corazón se te divide en dos mitades, una que tengo yo y otra que me mira intrigada, sin saber si partiré, si me levantaré y me iré; o cogeré tu mano y me lanzaré al poniente, viajando como hojas de otoño, sin prisa y sin pausa.

Qué hacer cuando la gravedad me empuja en una dirección, y las alas en otra.

Cuando mis ojos lloran y los tuyos me elevan.

Ojos teñidos del sol del sur, con frialdad nórdica





Foto: Copenhague

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