miércoles, 1 de julio de 2009

Calles.




Las calles palpitaban tras tu paso.
Mi mirada te seguía ansiosa, curiosa...Los ojos clavados en tu espalda. El viento aun gélido de la noche del mes de marzo me empujaba hacia tu cuerpo, revolvía nuestra ropa ligera. La oscuridad cubría la ciudad, transformada al marcharse el sol sonriente de primavera, juguetona luz engañosa, de luminosos rayos fríos. Sólo estábamos tú y yo, casi dos extraños que se miran por casualidad en la madrugada madrileña. Sólo un cruce de miradas accidental, un perfume empujado por el aire, un roce al andar por la angosta acera. Nos observamos. Tu cámara, tus manos, tu cara de niño risueña. Mi gesto adusto, mi pelo rebelde, mi vestido que tan bien conocías.
Fueron segundos eternos, años clavados en nuestras retinas que volvían a nacer tras tantas estaciones separados.
Transcurrió un fotograma en mi cabeza, y de pronto... Viejas costumbres recuperadas con sólo olerte.
El olor de tu piel cálida, tus cabellos suaves, tu barba como pintada en esa cara de niño. La tinta y el carboncillo de tus manos de artista, el perfume metálico de la cámara que nunca sueltas, y finalmente, en una última ráfaga...Un olor todavía clavado en mis fosas nasales. Acre y amargo, dulce y tentador. El olor de tu evasión, del escape de tu alma atormentada, olor a lágrimas, vasos rotos y noches en vela.
Me miraste una vez más y tu gesto cambió. Me reconociste, no sólo sabiendo quien era tras estos largos seis años. Me miraste como lo hacías antes, desnudándome el alma, dibujándome en tu cabeza. Tantas veces me retrataste en la pobreza de tu piso destartalado...En silencio durante horas, sin ropa ni vergüenza, ni pudor, ni otra cosa que ardor en mi cuelpo y concentración silenciosa. Me deformabas hasta hacerme sentir extraña contemplándome en tus imágenes, trofeos que exponías como la Mona Lisa que te inmortalizaría, con una tela azul de raso sobre los hombros que quemé cuando pude arrancarte de mi alma. ¿Era el mounstruo de tus pinturas la chica que tú amabas?
Me miraste de ese modo, en esa calle vacía, y tu ausencia en mi vida de pronto comenzó a peligrar, amenazando con llevarme al agujero negro de tus brazos, torbellino de emociones que no dejaba espacio para nadie más en mis días.
El pánico me embargó, y eché a correr... Los zapatos resonaban en el asfalto demasiado lento, como en mis pesadillas infantiles de reencuentros.
Crucé la calle, el parque. Mi salvación
Sólo has sido un espejismo, me lo prometo. Me lo aseguro (...)





Foto: Javi Salinas