Suenan sirenas enfrente de casa, otra vez...
Es una historia bastante repetida. Desde aquel invierno no me gustan los hospitales, me entra un cosquilleo en los ojos cada vez que estoy en uno, como si en cualquier momento fuese a echarme a llorar. Me acuerdo de pocas cosas... La mente tiene un mecanismo bastante curioso con el que se difuminan los recuerdos difíciles de entender. Quedan las nimiedades.
Un pasillo muy largo, madrugones y espera, dormida en una silla muy dura. Hacía un frío horrible, parecía un congelador. De vez en cuando me levantaba a por un café de máquina, llevaba puestas unas botas forradas y capas y capas de ropa para taparme también la cara. No quería que me mirase nadie. Hoy ya no podría reconocer ninguno, pero cada día veía los mismos rostros cansados. Un paso era una batalla para ellos, las sillas de ruedas chirriaban en el pasillo y la tercera bombilla empezando por atrás, parpadeaba cada pocos minutos. El baño, al fondo y a la izquierda. No tenía espejo para que no te pudieras ver las ojeras demasiado negras, o eso pensaba.
Él salía con expresión indefinida por la puerta doble del fondo. Vuelta a casa. El chico de la ambulancia estudiaba para sacarse el bachillerato, me preguntaba qué estaba leyendo y se reía mucho. Me hacía un favor y me dejaba en clase para que no perdiese más tiempo. No sé qué sentía esos días... ¿Nada? Se me agotaron las emociones.
Tú nunca preguntabas nada. Nunca viniste a verme para saber realmente como estaba, y lo peor es que sólo lo necesitaba de ti. Como una profecía, días antes me dijiste que querrías estar conmigo para apoyarme si pasase algo... Mentías, como siempre. Pero ya no importa.
Foto: Atrapado en la barandilla del Manzanares. Lluvia
No hay comentarios:
Publicar un comentario