jueves, 11 de marzo de 2010



Hoy mis hombros no resisten la carga de la rutina.

Me pesan demasiado las escaleras mecánicas del metro, los pasillos de la universidad, las personas con dos caras y las de mirada demasiado directa. Conduzco y el coche se me va para todas partes. Se me cuelan y me cabreo, sin llegar a serlo ya me he convertido en una conductora con mala leche más. No llega el tren y me desespero, me miro en los cristales de la estación y me entran ganas de echarme a llorar. Espero que sean las hormonas...

Ya me agobia cualquier cosa, no soporto vivir bajo presión. Te necesito aquí y ahora, de una forma nueva. Dámelo ya, no puedo esperar más. Se me va a partir el corazón de tanto dosificarme la sangre.
Tengo las arterias congeladas de tanto intentar templarme...


Esta noche me voy a meter en la cama muy pronto. Me voy a hundir más y más bajo los cojines, y cuando se me pase este malestar gracias al calor de lo único que puedo llamar mío (mi espacio vital), voy a estar leyendo las cuatro horas que te dije hace un rato. Cuatro, sin exagerar. "Los renglones torcidos de Dios".

Para aprender a angustiarme menos, y cambiar de forma de mirar la realidad.

Y, ¿sabes otra cosa? Quiero que sigas aquí.


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