Hoy mis hombros no resisten la carga de la rutina.
Me pesan demasiado las escaleras mecánicas del metro, los pasillos de la universidad, las personas con dos caras y las de mirada demasiado directa. Conduzco y el coche se me va para todas partes. Se me cuelan y me cabreo, sin llegar a serlo ya me he convertido en una conductora con mala leche más. No llega el tren y me desespero, me miro en los cristales de la estación y me entran ganas de echarme a llorar. Espero que sean las hormonas...
Ya me agobia cualquier cosa, no soporto vivir bajo presión. Te necesito aquí y ahora, de una forma nueva. Dámelo ya, no puedo esperar más. Se me va a partir el corazón de tanto dosificarme la sangre.
Tengo las arterias congeladas de tanto intentar templarme...
Esta noche me voy a meter en la cama muy pronto. Me voy a hundir más y más bajo los cojines, y cuando se me pase este malestar gracias al calor de lo único que puedo llamar mío (mi espacio vital), voy a estar leyendo las cuatro horas que te dije hace un rato. Cuatro, sin exagerar. "Los renglones torcidos de Dios".
Para aprender a angustiarme menos, y cambiar de forma de mirar la realidad.
Y, ¿sabes otra cosa? Quiero que sigas aquí.
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