miércoles, 10 de febrero de 2010




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Mírate al espejo. Basta un segundo para que todo cambie. Cierras los ojos y la imagen que te devuelve al abrirlos es la de un extraño.
¿Es malo? ¿Es bueno? Me canso de juzgar los pasos que doy mirando al cielo.
Las calles te absorben con insistencia. Subes escaleras de metro en modo automático. Esperas sola en andenes congelada. Corres para llegar a una parada de autobús atestada de gente que ni te mira ni te ve: No les importas, ni ellos a ti. Ni lo más mínimo.
Vives en stand-by: ahorrando energía. ¿Y para qué? Se te encogen los pulmones de dosificarles el oxígeno.
Tápate los ojos y quizás lo comprendas. Hay recuerdos que no se borran, huellas invisibles que desfiguran a las personas. Y no se entienden si no sabes de su existencia.
Siempre las mismas caras en la ciudad con alma propia. Todas llevan algo de ti. De un ti o de cientos. De ojos grandes, pequeños, negros, abiertos... Pero siempre tuyos.
Y no lo saben. Sólo tú lo entendías. Sólo tú me entendías, y me veías de verdad.
Te echo de menos, joder. Siempre te echo de menos
Foto: Lauri, Vigo 09. Otro pronto

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